Figura en la Selección, repasa cuánto sufrió de pibe por ser "el hijo de...". Su mal paso por el fútbol, la emoción al ver a Las Leonas y dos sueños: ganar el Mundial y ser el mejor.
Tenía 13, 14 años, y la pasaba mal. Todos los hijos de los grandes sufren el ojo de los demás. Iba a los partidos y, automáticamente, la gente se ponía a favor de los contrarios. Tenía miedo de que un día me cagasen a piñas. Una vez, en un saludo, me agarraron la mano y me escupieron la cara.... Creo que yo era una de las personas más odiadas del vóley...”.
Cambió el escenario. Reggio Calabria ya se ha convertido en un grato recuerdo para el piberío argentino y le ha entregado el cetro, para esta segunda fase del Mundial, a la bellísima Milán, 1.271 kilómetros al norte. Y, por suerte (y clase), también cambió el escenario para Facundo, portador de una mano prodigiosa para convertirlo en el máximo artillero de la Selección de Javier Weber y, además, portador de un apellido de peso en el vóley universal: Conte. Hoy, el cuento es distinto a pesar del show de semejanzas y diferencias que lo rodea y rodeará por los siglos de los siglos con relación a Hugo, su viejo omnipresente. Por eso, Olé resulta ser un muro donde la catarsis rebota y las sonrisas renacen...
-¿Dónde, cuándo y por qué? ¿Qué hiciste para merecer eso?
-Ni idea. El momento bisagra fue después de los Torneos Abiertos que se armaban, durante tres días, en Ciudad de Buenos Aires. Ganarlo en Sub 14 era como llevarse el oro en los Juegos Olímpicos. Habíamos llegado a la final y los pibes que habían quedado eliminados llenaban la cancha. Serían 200, aunque, para mí, parecía que tenía a todo un estadio de River en contra. ¡No sabés cómo fes- tejaban cuando erraba una pelota o me bloqueaban!
-¿Les dabas motivos?
-Muchas veces, ya en la Selección menor, me encontré con muchos de esos chicos y me decían: “Mirá, yo te odiaba, me parecías un agrandado, sobrador”. Tal vez daba esa imagen por ser “el hijo de Conte, el hijo de Conte, el hijo de Conte”. Con el tiempo se hicieron mis amigos. Decí que tengo alta la autoestima porque si no, en este nivel, te comen los de afuera. Pensarían que jugaba porque mi papá había hablado con el entrenador. Pero cuando empecé a demostrar lo que hacía y que no tenía nada que ver con mi viejo, de a poquito se fueron callando...
-Hugo jugó, Sonia jugó. Hijo de padre y madre voleibolista, ¿qué hubiesen hecho si decías ‘basta para mí’?
-De chico me llevaban a GEBA, a los torneos internos de fútbol. Pero era un desastre, tenía los pies al revés. Hice natación, handball... Creo que si me abría hubiese hecho salto en alto. Es más, en el Cenard lo entrenaba con Pastoriza, un crack.
-Pero...
-Pero el vóley era el vóley. Tengo fotos de bebé con la pelota. Y a los seis años ya jugaba con mi viejo en los entrenamientos. Ellos jamás me influyeron.
-¿Qué te seducía?
-Tenés que tener muchas ganas. En el fútbol podés jugar parado. Acá hay que saltar, tirarse al piso, revolcarse...
-¿Y el click?
-En Catania, a los 18. Hubo un problema económico en el club y quedamos desnudos. Los que tenían que hacer la diferencia se fueron. Quedamos Santiago Orduna, el brasileño Mauricio y yo. Descendimos pero hicimos partidos muy buenos. Crecí muchísimo. Yo ataqué 700 millones de pelotas. Terminé entrenándome dos veces por semana porque el hombro se me caía. Click.
-Cuando se piensa en las figuras del Mundial, la mayoría coincide en el brasileño Giba. ¿Cuándo te podrás colar entre los mayores?
-Imposible no hay nada. Giba, Murilo, los italianos... Desearía jugar como ellos. Igual, el vóley es distinto a todo.
-¿Por qué?
-No podés hacer nada sin el otro. En el fútbol, la agarrás en mitad de cancha como Diego contra los ingleses, y pum: lo hizo él. Listo. Acá, si no tenés quien reciba y quien te arme, no sos nadie.
-Pero tenés a De Cecco que te alimenta...
-Sin dudas. Un ex compañero de colegio, que seguía lo que hacía, un día me preguntó, a los 15, 16 años: “¿Qué querés ser cuando seas grande?”. Y le dije: “Quiero ser el mejor del mundo”.
Todavía me lo recuerda cuando nos vemos. Pero, en el fondo, es un objetivo que tengo en segundo plano. Ganar un Mundial sería un sueño. Lo demás viene solo.
-Si la base es el equipo y en Juveniles están primeros en el ranking, ¿vamos camino a lo mismo? ¿Vale proyectar?
-Es, completamente, otra cosa. Argentina trabaja mucho con los chicos. Te juegan hasta tres categorías por semana. Si bien en la Argentina no se le da mucha bola en lo mediático, estamos mucho más abajo que el fútbol y ahí nomás del básquet. Pero vamos bien porque nuestros chicos son pícaros, vivos...
-¿Pícaros? ¿Vivos?
-En el buen sentido. No tramposos, eh. Buscamos siempre la forma de cagar al otro: un manos y afuera, un toque en segunda, un miro para acá y toco para allá... Nosotros tenemos los playones, el potrero del dos contra dos donde adquirís esa picardía. Cuando sos chi- co, si le pegás fuerte sos bueno. Y si además sos píca- ro, sos buenísimo. Los entrenadores son clave: fuertes, altos y grandes hay en todos lados. Después...
-En Mayores estamos novenos. ¿Cuando sos mayor de edad perdés toda esa diferencia?
-Nooo, pero hay que suplir otras cosas. El armador ruso mide 2,10m. Nosotros teníamos a Ferraro que era un genio con las manos pero medía 1,60...
-¿Y qué? ¿El ruso juvenil es grande y pega justo el estirón?
-El argentino, cuando llega a la Selección, ya sabe jugar al vóley. Nosotros, en juveniles, les ganamos siempre a los rusos siendo más bajitos. Le pegábamos más despacio pero éramos mejores en el juego. En Mayores no se les gana y en los Juegos Olímpicos Juniors de Singapur fue paliza: 3 a 0.
-¿Qué tendría que pasar para equilibrar la cosa?
-Los grandes siguen teniendo jugadores muy buenos todavía. Brasil recambia de a poquito y sigue siendo Brasil. Los rusos y los estadounidenses, igual. Pero Italia, por ejemplo, cuando haga el recambio general ya perderá su lugar: los menores y los juveniles no entraron en los últimos mundiales.
-¿Nos aferramos a la lógica entonces y ya tiramos la toalla?
-Quiero ser el mejor del mundo pero hay equipos mejores. Se les puede ganar, eh. Puede ser “el” Mundial de la Argentina. Y salir campeones y todo lo que vos quieras. Pero en los papeles es distinto. Nuestro promedio de edad es de 23 años...
-En el 82, el equipo de tu viejo, bronce, no llegaba a los 21...
-También es verdad. Pero eran fenómenos. La mentalidad que les trasladó el coreano Sohn fue vital. Por eso salieron terceros, porque eran distintos.
-Si ustedes quieren hacer la distinción tendrán que lucharla el doble. Si te subís al podio, ¿qué hacés...?
-Tenemos hambre. Vamos a levantar un poco esta camiseta. Por suerte ya me ha pasado de subirme a un podio en juveniles pero... Ver la bandera que sube... Al ver la final de Las Leonas, cuando terminó el partido me puse a llorar. Me preguntaba “¿cuándo será que el vóley pueda llevar la camiseta al lugar que la llevaron ellas?”. Yo, si me subo al podio, no me voy a dejar la chivita porque es de mi viejo y siempre separamos bien las cosas. Pero, por un podio... Me subo al Obelisco o... No, mejor no. Si me subo al podio en Italia, bailo la tarantela, je...
Fuente: Diario Olé
No hay comentarios:
Publicar un comentario