Contra muchos pronósticos (ajenos), la Selección Argentina avanza a paso firme en el Mundial de Italia. La victoria contra Japón terminó de depositar al equipo nacional entre los doce mejores del torneo, con un juego que ilusiona y un hambre que contagia. Positivo, sin dudas, en un año con objetivos que quedaron en el debe del equipo de Javier Weber. Pero, seguramente, esto no termine acá.
Para empezar a pensar en qué logró la Selección hasta ahora en Italia, y por qué lo logró, hay que poner en contexto al equipo. Argentina venía de un 2009 en el que le puso una tilde a cada objetivo planteado (Liga Mundial, Sudamericano, Premundial), y de medio 2010 en el que vivió una realidad diametralmente opuesta.
Ese sería uno de los por qué, pasando a los motivos de este cambio en el equipo, algo que mucha gente (de la no entrenada) se pregunta. Claro, la noticia previa era el 0-14. Pasar de eso a una victoria contra Francia, a un primer lugar de grupo, hace que uno se pregunte.
Para empezar a pensar en qué logró la Selección hasta ahora en Italia, y por qué lo logró, hay que poner en contexto al equipo. Argentina venía de un 2009 en el que le puso una tilde a cada objetivo planteado (Liga Mundial, Sudamericano, Premundial), y de medio 2010 en el que vivió una realidad diametralmente opuesta.
Antes de la Liga Mundial y el Final Six en Córdoba, los diarios reflejaban el optimismo de la Selección, pero ya pensando en Italia. A más de uno se nos debe haber escapado eso allá por mayo, endulzados como veníamos y con ganas de podio en el torneo anual más importante. Los muchachos argentinos pensaban en “hacer una buena Liga Mundial para llegar con todo al Mundial de Italia”, textual más, textual menos. Pero la mayoría de los ojos miraron en dirección al Orfeo.
Esa fue quizás la principal razón de que el golpe del 0-14 haya sido tan duro. Porque, ahora en el frío análisis, se ve que los rivales que bajaron a la Argentina en la Liga Mundial 2010 eran de otro calibre que los de 2009. Nada que ver Corea, que jugó la permanencia este año y ni siquiera está en el Mundial, con parte del Polonia campeón europeo o con los gigantescos alemanes, a quienes desconocíamos. Si la mesura se hubiera mezclado con la ilusión, habría dolido menos. A lo mejor sólo un poco menos, pero consuelo al fin.
Así como el gran 2009 influyó en las expectativas para la Liga Mundial, esta campaña sin victorias oficiales echó sombra sobre la Selección y sus aspiraciones para la gran cita mundialista. La renovación por la que apostó Weber, sobre todo para el ojo menos entrenado, terminó de bajar la barra. Argentina se iba para Italia con un grupo joven, caradura, que invitaba más a pensar en alegrías de años venideros. Y con un equipo que, al momento, no había ganado nada en el año. “Llegar bien al Mundial de Italia” ya sonaba lejano.
De ese panorama dubitativo a este presente de sonrisas, cronológicamente, no pasó tanto. Del triunfo en el último amistoso previo ante España, que prendió una luz de esperanza, a este boleto a tercera ronda pasaron, exactamente, 14 días. Dos semanas en las que los medios empezaron a hablar de este equipo joven que les juega de igual a igual a todos, en las que la gente se volvió a encontrar con apellidos de historia y a aprenderse los nuevos.
Ese cambio de atmósfera sería una de las cosas que logró la Argentina. Volver a poner al vóley en escena, en un ambiente argentino que más se interesa cuanto mejor nos va, otra. Pero, en el plano deportivo, ¿ya está? No, seguramente no.
Si vamos a los rankings, a los puntos, la Selección ya mejorará su número en el escalafón FIVB, puesto que ya superó la opaca posición 13 del Mundial pasado. Si vamos a la campaña, Argentina logró lo que no pudo en Japón 2006 y tampoco en el Final Six: jugar hasta el final. Los doce mejores del Mundial se reubicarán hasta el último día de competencia. Un dato muy valioso pensando a futuro: más roce internacional, más partidos de los buenos, para este grupo de pibes que crece pelota a pelota.
La gran medida será sin embargo el objetivo interno de los muchachos de cara a este Mundial, que seguro fue trazado desde antes del partido con Venezuela. Se sabe que Weber y, por carácter transitivo, sus equipos, destilan ambición. Eso invita a creer que todavía queda camino por recorrer, que meterse entre los doce no era ni será suficiente. Lo han declarado incluso en alguna previa: la búsqueda es estar entre los ocho.
Desde este lado, por supuesto que queremos más, pero nos damos por satisfechos. Como después de una cena abundante a la que le falta el postre. Este grupo argentino ya nos devolvió la ansiedad antes de cada partido, nos hizo escuchar de vóley en la calle de nuevo, nos transmite la garra que cada uno de nosotros tendría si se pusiera la celeste y blanca. Ya eso, es un mundo. Y si hay postre, mejor.
Se vienen paradas dificilísimas, pero ahora nos permitimos soñar. Apoyados en el desparpajo, en la caradurez de estos pibes que ellos mismos advirtieron, en la previa, que podía ser un factor positivo. Facundo Conte (nada menos que el máximo anotador de este equipo, y del Mundial por estos días) había avisado que la falta de presión podía sumar. Vaya si lo hizo.
Ese sería uno de los por qué, pasando a los motivos de este cambio en el equipo, algo que mucha gente (de la no entrenada) se pregunta. Claro, la noticia previa era el 0-14. Pasar de eso a una victoria contra Francia, a un primer lugar de grupo, hace que uno se pregunte.
Para ese análisis, el partido con Venezuela es clave. La fuerza anímica que genera ganar el primer partido con la contundencia con la que lo hizo Argentina es invaluable. Más atrás en el tiempo, nos sobran ejemplos del efecto contrario, el que probablemente habría pasado si las cosas no hubieran salido bien el 25 de septiembre en Reggio Calabria.
En Japón 2006, Argentina perdió un encuentro fuera de los papeles, y hasta ganable, con un Puerto Rico que terminó siendo la revelación del Mundial. Tuvo chances de cerrar sets, y falló. Desde ahí, el pulso tembló cada vez que el equipo estuvo en esa situación. Y ni hablar del arrastre negativo de puntos que trajo esa derrota.
En las dos Ligas Mundiales sin victorias (2007 y 2010), la Selección perdió en la primera mitad de la Ronda Intercontinental partidos que tuvo a su alcance. Bulgaria en San Juan en 2007, o mismo el segundo con Cuba en La Habana este año, aun con el calor infernal. Y a partir de ahí, la confianza se erosionó con cada nueva derrota.
Weber habló más de una vez de construir desde la victoria. Eso hizo este joven equipo desde el 3-0 a Venezuela. Después se sacó de encima a un México combativo, le peleó de igual a Estados Unidos, desordenó los planes de Francia y se sobrepuso a la molesta defensa de Japón. Así caminó hasta esta tercera ronda, henchido de confianza, pegándole a todo y disfrutando cada pelota en cancha, como nosotros lo hacemos a través del televisor.
Es cierto que, salvo Polonia (embromada por un sistema de juego rarísimo, que se debería replantear), los equipos que llevaron a la Argentina a su peor campaña histórica en la Liga Mundial siguen en camino en Italia: Cuba, Alemania, Brasil y Serbia, este último, justamente, el próximo rival. Por eso, de nuevo, a poner la barra en la altura que corresponde. Argentina ya alcanzó un balance positivo en el Mundial, restauró una parte de la mística y nos dio material para soñar de acá a un buen tiempo. Todo lo que venga de ahora en más, será bienvenido. Por nuestra parte, seguiremos hinchando y pegados a las transmisiones para gritar una vez más.
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